Cuánto ruido alrededor del concepto de paz, conflicto, acuerdo y postconflicto, o postacuerdo. Pienso que, en realidad, lo más valioso de esa cacofonía es la discusión abierta y vigorosa sobre las desigualdades de nuestra sociedad y cómo resolverlas. Para empezar, la mera determinación de que es urgente resolverlas. Con acuerdos con guerrilla, o sin ellos. Pero, indispensablemente, con acuerdos entre nosotros. Y aceptando que habrá visiones políticas encontradas sobre las soluciones.

Levantemos la vista. En Venezuela no se necesitó una guerrilla para que se tomara el poder un grupo, con la visión errada, incompetente y corrupto, que la ha llevado al desastre. No ocurrió la tragedia del ‘socialismo del siglo XXI’ por cuenta de una negociación con grupo subversivo alguno. Todo lo que se necesitó fue la combinación explosiva de una desigualdad similar a la que hoy existe en Colombia, y una clase política permeada por la miopía y la corrupción, como la que hay en nuestro país. Aquí puede pasar lo mismo que en Venezuela, con o sin acuerdo con la guerrilla.

Según el DANE, en el 2014 cerca de 13 millones de colombianos vivían en condiciones de pobreza y más de 8 millones en pobreza extrema. La línea de pobreza en el 2015, a nivel nacional, fue de 223.638 pesos por persona al mes; la de pobreza extrema, 102.109 pesos. ¡Ocho millones de compatriotas viven con menos de 100.000 pesos al mes! Cuánto pagó usted, lector de Portafolio, la última vez que hizo un mercado para una semana? ¿En el más reciente almuerzo en un restaurante? Trece millones de personas en la pobreza, ¿ese país es sostenible?, ¿por cuánto tiempo? Más allá de cuán moralmente equivocado sea ese estado de cosas, en términos prácticos, es una bomba de tiempo.

Trece millones de personas en la pobreza, ¿ese país es sostenible?, ¿por cuánto tiempo?

Lo mejor de las luchas mediáticas alrededor de la paz es que la estructura férrea, envejecida y obsoleta del status quo de nuestra sociedad está siendo calentada por la discusión, y se está volviendo, por primera vez en muchos años, maleable y flexible. Parece que casi todos estamos dispuestos a hacer cambios de fondo. ¡Qué extraordinaria oportunidad se nos presenta! Lo que se viene es la lucha política por definir cuáles serán los cambios que se le harán al ahora maleable armazón social y económico que hasta aquí nos ha traído con crecimiento económico, pero atrozmente injusto con el 30 por ciento de compatriotas.

Los políticos tradicionales, a quienes perezosa e irresponsablemente les hemos entregado la tarea de manejar el país, se comportarán de manera predecible. Las izquierdas de varios colores se están organizando frente a la clarísima oportunidad histórica. Los que no somos de izquierda no podemos dejarnos arrinconar maniqueamente como ‘extrema derecha’; ¿qué esperamos para competir políticamente por nuestra visión del modelo adecuado y justo?

Ciudadanos empresarios, más allá de intereses gremiales, más allá de partidos existentes, ¿cómo utilizaremos nuestra inteligencia, capacidad de gestión y recursos para ganar en franca lid la batalla democrática por el modelo de nación que ofrezca prosperidad general y excluya la corrupción y la injusticia?

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