Esta columna de opinión se publicó el 19 de febrero de 2021 en la Redprodepaz Colombia
Desconfiamos de nuestras instituciones, desde militares y policías, hasta la justicia, el Congreso y los políticos. No confiamos ni en nuestros vecinos, como lo indican los datos más recientes del Barómetro Colombiano de Reconciliación.
En medio de esta situación es interesante el caso de los empresarios en Colombia. Si bien en general se desconfía de éstos, es relativamente alta la creencia de que los empresarios pueden hacer algo para transformar la realidad que vivimos; según lo revela el Barómetro de Confianza de Edelman, que hace mediciones anuales en muchos países del mundo. Según esto, los colombianos esperamos un mayor liderazgo del sector empresarial en causas públicas, en particular, en aquellas que tienen que ver con la mejora del bienestar de la población; más aún en medio de la pandemia.
Si bien en muchas zonas del país hay operaciones empresariales que son vistas con recelo, los pobladores esperan que las empresas aporten de manera determinante a un desarrollo territorial inclusivo y sostenible. Enfrentar esta paradoja es fundamental para trabajar con las empresas en pro de los cambios para los que se espera aporten.
En los últimos tres años hemos venido desarrollando en la Fundación Ideas para la Paz, una agenda de trabajo enfocada precisamente a transformar las relaciones entre empresarios, autoridades locales y comunidades en regiones del país donde hay grandes actividades empresariales y baja legitimidad de las instituciones del Estado, así como un creciente deterioro de la seguridad y la convivencia. Le hemos apostado a una fórmula sencilla, muy prometedora: dialogar para generar confianza, tener mayor confianza para transformar las relaciones, y que estas relaciones renovadas impulsen dinámicas de cooperación y movilización colectiva en torno a agendas comunes e incluyentes.
De las distintas experiencias que hemos tenido en zonas del Pacífico, Antioquia, Magdalena Medio y Cesar, quisiera destacar cuatro aprendizajes que pueden servir a la hora de buscar alternativas novedosas para trabajar en entornos complejos, en un país donde en medio de la polarización tóxica se hace cada vez más difícil incentivar acciones colectivas:
El valor de la honestidad y la transparencia. En la totalidad de las mediciones que hemos realizado sobre confianza entre empresarios y comunidades en entornos complejos, la honestidad es el factor que más incide en las relaciones, y las tensiona. Entendiendo que la honestidad pasa por el acceso a la información que se tiene sobre el otro y por la transparencia de esa información, resulta fundamental crear canales de comunicaciones claros y un flujo de información constante entre las operaciones empresariales y las comunidades.
Es clave fortalecer habilidades y competencias para el relacionamiento. Encontramos territorios en los cuales las asimetrías de información y formación (lenguaje técnico, conocimiento normativo, etc.) determinan las posibilidades de diálogo. A su vez, hace falta un mayor entrenamiento en habilidades de escucha y en competencias fundamentales para un relacionamiento renovado, como la empatía. Además, se subestima el alcance y la incidencia que tiene la gestión de las emociones propias para abordar conversaciones con el otro. Por esta razón, hemos aprendido que antes de cualquier diálogo se requiere generar espacios de formación acordes con las necesidades de cada contexto.
Hay que insistir en la inclusión: Las mejores soluciones se construyen entendiendo que el diálogo se fortalece con opiniones diversas. Por ejemplo, es importante garantizar el acceso de las mujeres. Aunque ya sobre esto se ha dicho mucho, no sobra recalcar que esto no es solo un asunto de cuotas o números de participantes por taller. Se trata de que las mujeres participen de verdad y que sus preferencias sean tenidas en cuenta a la hora de tomar decisiones.
Cumplir los acuerdos: Parte sustancial de la falta de legitimidad del diálogo en las regiones en las que hemos trabajado está asociada a que en espacios previos no se han cumplido los acuerdos, lo cual desincentiva la participación. Es por eso que desde el inicio se requiere que se defina un método, y que se establezcan participativamente el propósito, las reglas y el alcance de las acciones. Hemos visto que esto mitiga de manera evidente el riesgo de frustración entre las partes por no ver cumplidas sus expectativas.
En la FIP estamos convencidos de que en el diálogo y la cooperación hay un camino para que el liderazgo empresarial que las comunidades demandan, se materialice. Más aún en contextos donde las relaciones se basan en prejuicios y estereotipos, y en los que se confunde sistemáticamente tener diferencias de opinión con ser antagonistas o, incluso, enemigos.