En Colombia el debate sobre la relación entre el trabajo de las empresas, el postconflicto y la construcción de paz está lejos de ser nuevo. Sin embargo, los diálogos del Gobierno colombiano con las FARC han hecho que la agenda de la paz esté a la orden del día. No es gratuito, parecemos estar cada vez más cerca de terminar el conflicto con las FARC. Hacer de este momento una verdadera oportunidad pasa por reconocer que una paz sostenible requiere apuestas creativas y ambiciosas. Para contribuir efectivamente, las empresas deben fortalecer lo que vienen haciendo, y seguramente sumar nuevos frentes de acción; pero sobre todo deben aproximarse a la paz de manera innovadora y audaz.

En este campo, el sector empresarial ha centrado muchos de sus esfuerzos en apoyar iniciativas orientadas a población vulnerables en razón del conflicto. También, aunque más tímidamente, algunas empresas han buscado incorporar los Derechos Humanos en su gestión, lo que sin duda ayuda a generar condiciones propicias para la paz; han aunado esfuerzos con iniciativas locales de paz; o se han unido para apoyar la generación de propuestas que contribuyan efectivamente a la paz. Hoy, a la luz de la estrategia lanzada por el Gobierno, se esperaría que las empresas: 1. Adopten principios de debida diligencia y acción sin daños; 2. Trabajen en alianza público-privadas transformadoras; y 3. Se involucren en iniciativas de reconciliación.

La definición de líneas de trabajo es vital, pero no lo es todo. También son definitivas la manera como la empresa asume la paz en el día a día y la forma en como visualiza su capacidad de transformar realidades marcadas por el conflicto armado.

En este sentido, cobran vigencia conceptos como el de valor compartido. La invitación que hace Porter en las empresas para que reconcilien su competitividad y el mejoramiento de las condiciones sociales y económicas de las comunidades cercanas a sus operaciones puede ser muy útil para pensar cómo pueden contribuir a generar condiciones propicias para la paz. Más aún, de cara a los retos que enfrentará el país tras la firma de un acuerdo con las FARC, puede ser deseable que los empresarios, incluso, se involucren de manera más amplia. Por ejemplo, que, independientemente de su área de influencia, busquen llegar a las zonas que urgentemente reclaman acciones orientadas hacia la paz. En este sentido, se puede echar mano de la filantropía transformadora o incluso aludir a deberes éticos y morales como colombianos.

Pero para contribuir efectiva y contundentemente a la construcción de paz, el sector empresarial debe ir más allá. Puede, por ejemplo, aceptar la invitación que hace Lederach al hablar de imaginación moral, y entender la construcción de paz como la capacidad de imaginar y generar procesos constructivos enraizados en los retos que a diario impone la violencia, y que al mismo tiempo logren trascender sus patrones destructivos.

Más allá de las diferencias que hay entre imaginación moral y valor compartido, en ambos casos la clave está en buscar responder de manera creativa y sostenible a problemas y retos cotidianos. La hora de la verdad en la construcción de paz está en lo local y en la capacidad que tengamos de superar o no los efectos del conflicto armado en la cotidianidad. Es por esto que una aproximación en la que se combinen las propuestas de Porter y Lederach resulta inspiradora a la hora de pensar en iniciativas que desde el sector empresarial efectivamente ayuden a pasar la página del conflicto armado con las FARC.

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